La poesía, ese bello espejo donde mirarse. Hoy: Alfonsina Storni

Alma desnuda

Soy un alma desnuda en estos versos,
Alma desnuda que angustiada y sola
Va dejando sus pétalos dispersos.

Alma que puede ser una amapola,
Que puede ser un lirio, una violeta,
Un peñasco, una selva y una ola.

Alma que como el viento vaga inquieta
Y ruge cuando está sobre los mares,
Y duerme dulcemente en una grieta.

Alma que adora sobre sus altares,

Dioses que no se bajan a cegarla;
Alma que no conoce valladares.

Alma que fuera fácil dominarla
Con sólo un corazón que se partiera
Para en su sangre cálida regarla.

Alma que cuando está en la primavera
Dice al invierno que demora: vuelve,
Caiga tu nieve sobre la pradera.

Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas
con que la primavera nos envuelve.

Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.

Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.

Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.

Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.

Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.

Nacida el 29 de mayo de 1892, en el pueblo suizo de Capriasca, Alfonsina Storni llegó a la Argentina a los cuatro años, desde donde formó parte de un grupo de literatas latinoamericanas que lucharon no solo por el reconocimiento artístico, sino también por un lugar, como mujeres, en la sociedad que les tocó vivir. Entre ellas, la chilena Gabriela Mistral y la uruguaya Juana de Ibarbourou.

Sus días en Argentina

Vivió en Rosario, San Juan y Buenos Aires. Atravesó una infancia con pocos recursos económicos, lo que la obligó a dejar sus estudios para ponerse a trabajar. Primero como ayudante de su madre modista y tras la muerte de su padre, como obrera en una fábrica de gorras. Sin embargo, nunca abandonó su deseo de estudiar. Ya en Buenos Aires, egresó como maestra y fue docente en el Teatro Infantil Lavardén y en la Escuela Normal de Lenguas Vivas. En 1917, llegó a ser directora en un colegio de Marcos Paz. Pero fue un año antes cuando publicó su primer libro, La inquietud del rosal, con el que comenzó a forjar su faceta más profunda, viva y con la que sería recordada en la historia de la literatura argentina.

A partir de allí, Alfonsina comenzó a frecuentar algunos círculos literarios, como el grupo Anaconda, con Horacio Quiroga y Enrique Amorín; o el grupo Signos, con Federico García Lorca y Ramón Gómez de la Serna, y a publicar poemas en las revistas Mundo Rosarino y Monos y Monadas. Colaboró también en las publicaciones Caras y CaretasNosotrosAtlántidaLa Nota, y en el diario La Nación, desde donde alzó la voz a favor de la igualdad y los derechos de la mujer.

Su último poema: “Voy a dormir”.

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes…
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…

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