Cuentos latinoamericanos. Hoy Chile

José Donoso (1924-1996) – Cuento: «EL CHARLESTÓN»

A veces pienso que la vida sería harto triste si uno no tuviera amigos con quienes divertirse y tomar juntos unos buenos tragos de vino de vez en cuando.

Pero en la vida suceden cosas muy raras, que nadie puede comprender. Hace poco tiempo pasé un par de semanas sin querer juntarme con Jaime ni con Memo, que son mis amigos, y sin que ellos quisieran juntarse conmigo ni entre ellos. No sé por qué. Son cosas que no tienen explicación. Pasé esos días muy amargado. Ni siquiera tenía ganas de poner la radio para escuchar el campeonato sudamericano de fútbol, y cuando en la pieza del lado, mis hermanos menores armaban una gritadera cada vez que se marcaba un tanto, a mí no me daba frío ni calor, nada más que porque no estaba con Memo y con Jaime y no podíamos celebrar con unos buenos vasos de vino tinto.

Pasamos trece días sin vernos, casi dos semanas. Lo curioso es que no peleamos ni discutimos, ni nos pusimos de acuerdo para no vernos. No teníamos ganas de estar juntos, nada más. Y parecía cosa de brujos, porque como vivimos en la misma cuadra, siempre nos estamos encontrando aunque no nos busquemos, pero durante esos días fue como si la tierra nos hubiera tragado. Con tocar el timbre en la casa de cualquiera de los otros, hubiera bastado para encontrarnos y deshacer ese silencio que nos separaba. Pero eso es lo más raro de todo: a pesar de que teníamos ganas de estar juntos —yo pensaba en mis amigos todo el tiempo, hasta en el trabajo—, no nos buscamos, porque era como si tuviéramos miedo… o repugnancia.

Bueno, como dije, Jaime, Memo y yo somos muy amigos. Nos conocemos desde chicos porque siempre hemos vivido en la misma cuadra. Pero yo conozco a muchas personas desde chico y no por eso somos amigos, por lo menos no como soy amigo de Jaime y Memo. Porque estoy convencido de que la amistad es algo más serio, más, ¿cómo dijera yo?… más espiritual que pararse a hablar en la calle con algún conocido. Por ejemplo, creo que es necesario tener las mismas aficiones. Como el fútbol, en el caso de nosotros tres. Yo no sé si alguien ha pensado en lo bueno que es el fútbol para hacer amigos —uno va a las partidas juntos, compra las revistas en que salen los jugadores, discute y tiene tema para muchas semanas. En realidad, llena la vida. A veces, cuando conozco a algún tipo que no le interesan las partidas, que no conoce a los jugadores y no sabe cómo van los equipos, bueno, se me ocurre que está medio tuerto o algo así. Es como un marciano, un tipo distinto que no habla el mismo idioma y no se entusiasma con las mismas cosas, y bueno, si alguien es capaz de no entusiasmarse con una partida de fútbol, es capaz de no entusiasmarse ni siquiera con una mujer desnuda, digo yo.

A propósito de mujeres, diré que Memo no piensa en otra cosa, quizás porque tiene tan buena suerte. Claro que no se puede negar que es un tipo bien parecido, delgado, blanco, con el pelo negro bien engominado, siempre anda elegante, porque tiene un hermano que es cortador de una sastrería de lujo, y Memo le firma letras. Además, creo que su profesión tiene algo que ver con su éxito: es vendedor de los productos de belleza “Ondina”, champú, colonias, jabones perfumados, cremas y todos esos menjurges con que las mujeres se aliñan. Eso las atrae. Él es el que nos arrastra a Jaime y a mí a los bailes, de esos que dan en las escuelas y en los clubes deportivos, con guirnaldas de luces de colores y las chiquillas que van con la mamá o una tía o un hermano. Pero a Jaime y a mí no nos gustan esos bailes y vamos más que nada por acompañar a Memo. ¿ Cómo nos van a gustar? No niego que se puede hacer amistad con chiquillas harto simpáticas…, pero ¿Y? ¿Y? ¿Qué más? Nada. Mucho ruido y pocas nueces. Para la amistad están los amigos hombres, digo yo. Y para lo demás, Jaime y yo preferimos ir a los callejones de vez en cuando. Es más fácil. Uno llega, pide unas poncheras, se arregla con una de las mujeres y, al grano, nada de cuentos. Después, uno queda de lo más cansado. Por último, creo que hasta sale más barato, porque para conseguirse una chiquilla decente se necesitan tantos convites a ver películas, a tomar algo en la tarde, a pasear el día domingo, a un baile el sábado, que uno se arruina sin darse cuenta. No es que ninguno de los tres andemos mal de plata. No somos ricos —cada uno vive con su familia y tiene que dar para la casa—, pero no nos podemos quejar, todos tenemos trabajo bueno y seguro. Como dije, Memo es vendedor de productos de belleza, y aunque el sector que a él le toca es el peor de todos, cree que lo van a cambiar a uno mejor. Jaime es empleado del Ministerio de Obras Públicas, y todos saben que puestos como ese son los mejores porque tienen muchas regalías y, aunque el sueldo no es nada del otro mundo, hay un buen futuro. Yo soy el que siempre ando peor de plata, porque como hace poco que egresé del Pedagógico, todavía no tengo horario completo en los dos colegios donde enseño. Pero a pesar de ser el que siempre ando con menos plata, Jaime y Memo me respetan porque al fin y al cabo tengo más instrucción que ellos.

Jaime es el menos fachoso de los tres y a veces se me ocurre que le importa más de lo que parece. Es chiquito y bien negro, con el pelo bien calzado en la frente y un bigote que aunque no es muy abundante, se lo cuida más que una niña de sus ojos. Es igual a sus hermanos, que son nueve. Como tiene tanta admiración por Memo, se engomina y se acicala igual que él, y con la poca ropa que tiene anda siempre tan arreglado que llega a dar risa verlo muy tieso con la cabeza en alto y con la mano en el bolsillo. Yo soy rubio y un poco gordo, porque soy nieto de yugoeslavos por parte de mi madre, y tengo la misma edad que Memo y Jaime, 23 años.

Pero lo que a los tres más nos une es la afición por el vino. No, no vayan a creer que somos borrachos y viciosos, los viciosos toman solos y no son alegres. Nosotros no sabemos si nos gusta conversar para tomar vino, o tomar vino para conversar. Pero desde que teníamos quince años, cuando andábamos con los bolsillos pelados y sin tener ni para ir a galería a ver una película, economizábamos para comprar un litrito y tomarlo escondidos por ahí. Después comenzamos a ir a los bares y a todas esas partes, siempre los tres juntos.

Seguir leyendo esta obra: https://ciudadseva.com/texto/el-charleston/

Autor de una obra narrativa abundante, poblada de fantasmas y marcada por sus obsesiones personales, integró la generación del boom latinoamericano y continúa siendo uno de los narradores chilenos de mayor trascendencia en el mundo.

El año 1967 significó un nuevo avance en su trayectoria literaria. En busca de nuevos horizontes, se trasladó a Europa, donde vivió por más de diez años. Esta época fue muy significativa para su obra, la que aumentó considerablemente gracias al apoyo editorial español. Allí, terminó de escribir El obsceno pájaro de la noche, publicó Historia personal del «Boom» (1972), Tres novelitas burguesas (1973), Casa de campo (1978) y La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria (1980). Además, fue distinguido con importantes premios de la cultura y su obra logró tener una difusión tanto en español como en otros idiomas.

Regresó a Chile en 1981 y publicó El jardín de al lado, novela donde aparece representado su deseo por volver al país. También, lanzó su única obra poética, la que tituló Poemas de un novelista (1981).

Los años siguientes fueron de mucha actividad. Pasó su tiempo entre Chile, viajes a Europa y a Estados Unidos, cumpliendo con invitaciones a congresos y asistiendo a homenajes. Para escribir siempre buscó un refugio. Así en 1985 se trasladó a Chiloé para escribir La desesperanza. Participó, además, de proyectos de teatro y cine inspirados en sus novelas y cuentos. En 1990, recibió el Premio Nacional de Literatura.

José Donoso, trabajó incansablemente hasta el final de sus días. A partir de 1990 escribió cinco novelas voluminosas y nunca paró de escribir, dejando incluso muchos proyectos literarios sin terminar, corroborando así su certera afirmación: «Yo no sé vivir fuera de la literatura».

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