Querer ser escritor y no morir en el intento – Por Mario Valdez

El acto de escribir, tanto como el de pintar, esculpir o de cualquier otra actividad artística que sea, requiere del autor cualidades poco comunes en la vida de estos tiempos. El “modelo” de vida imperante, exige de nosotros un ritmo, una alerta, un alto grado de atención, más acorde a la vigilia permanente de los animales en la selva, necesitados de esa actitud para defender su propia vida de predadores externos, que a la sociedad de seres racionales, contemplativos, capaces de inspirar y expirar sentido de la belleza, disfrutar de la charla con amigos o crear una pieza de arte.  Cada creación artística es el producto de una idea, un sentimiento, un bosquejo previo grabado en la mente y que queremos darle vida para compartir con los demás o bien para sentir la idea de trascender después de la vida, o para sentirnos completos, o dioses paganos, o cualquiera de las múltiples razones conscientes e inconscientes que nos mueva a poner en acción esta aventura de crear.

El mito de la inspiración como una fuerza que deja fluir las grandes creaciones, es sólo la venática ocurrencia de algunos arrogantes y poco formados escritores, poetas o cultores de cualquiera de las actividades artísticas. Ese sentimiento, esa necesidad se ve impelido por una necesidad y requiere luego de un gran esfuerzo y paciencia. ¿Acaso imaginan a un orfebre que en unos minutos de descuidados golpes de cincel, hayan creado una pieza admirable?; ¿O un ebanista que a fuerza de hacha y sierra haya construido un mueble de calidad superior, aun cuando en su mente tenía la idea de una hermosa pieza? Ciertamente, no. Pues en la vida del escritor la faena no es diferente. Bosquejamos una idea que responde a un estado de ánimo, a una fuerza inspiradora que nos empuja a escribir, para luego comenzar el trabajo fino, detallista, ese que calmará esa fuerza interior y nos dejará o no, conformes con la obra, sabiendo que los lectores, después, lo harán suyo o no, pero que nos deja conformes a nosotros, ya que lo producido es aquello que queríamos expresar.

En este contexto, incierto y laberíntico, solos y frente a un papel en blanco, comienza la tarea. Primero, la idea volcada a borbotones y sobre ella, comienza la verdadera labor del escritor.

¿Pero entonces escribir es una tarea gravosa, sacrificada y aburrida?

No tiene por qué serlo. Sí, creo que es importante saber lo que quiere expresarse y tener en cuenta el estado de ánimo del momento. En ocasiones, tenemos tres o cuatro trabajos iniciados, a la espera de su continuidad. Esto es porque el estado de ánimo que atravesamos no es siempre el mismo y no en todo momento sentimos la necesidad de expresar las mismas cosas. Siento que escuchar a nuestro estado de ánimo es fundamental para que la tarea sea un placer y no una imposición. Algunos días estaremos más proclives a desarrollar temas de mayor hondura, mientras que en otros el impulso será de ironizar sobre situaciones sociales o bien a darle cierto humor a lo que deseamos. Todo ello debe responder al impulso que nos gobierna, aunque no es menos cierto que cada uno de esos trabajos requieren el mayor respeto, dedicación y esmero para que el trabajo sea digno del escritor que queremos ser. En ocasiones, un poema requiere muchos días de corrección, de pulido de encontrar la acentuación versal adecuada, las rimas que buscamos y la cantidad de sílabas que necesita el poema que estamos construyendo. Esto requiere, a veces, rehacer, cambiar el orden de las palabras, probar, probar y probar, hasta que al fin, el resultado será el que nos otorgue la satisfacción última, como lo es enamorarse del trabajo realizado.

A modo de ejemplo, comparto con ustedes estos dos poemas de contenido totalmente disímil, como si no pertenecieran al mismo autor. Pero ambos me agradan porque los escribí en momentos de muy diferentes estados de ánimo, pero que, aun así, siento que me representan, a su modo.

El soneto sobre Alfonsina, por lógica, fue muy trabajoso y vio la luz después de mucho trabajo y respeto, mientras que el poema humorístico del mesón surge a partir de haber vivido cierto enojo sobre la conducta de las personas y representa ese enojo en la ironía.

Espero que mis consejos les sirva y tomen esta hermosa actividad con mucho amor. No dejen que su orgullo excesivo los envanezca ni que la vergüenza los bloquee. Sólo sentir, escribir y perfeccionar. Esa es la idea.

EL AVERNO DE ALFONSINA – (Soneto de versos alejandrinos)

¡Oh, mar tu vastedad, invectiva rugiente

del temible Caronte!; en tu furia supina

hambrienta de almas febles, retaste a la divina

majestad del Supremo, con tu indigno tridente.

*

Enviaste sin piedad al íncubo atrayente

para atrapar sus versos y gracia alabastrina,

y con tu odio cegaste su gloria minervina

que eterna sucumbió, en tu Aquaronte algente.

*

Que la corte de Minos, en singular sentencia,

condene la osadía de tu arrogante estrago,

convirtiendo tus aguas, señal de tu demencia,

*

en una pez hirviente donde tu propio endriago,

sacie en ti con hartura la sed de su violencia,

vindicando a Alfonsina y a su destino aciago.

                                                        Mario Valdez

Referencias:

Invectiva: Palabras amargas y violentas. Injurias

Caronte: Mit.latina: Barquero del infierno

íncubo: El diablo convertido en hombre para seducir a una mujer

minervina: relativo a Minerva, la diosa de los artífices

Aquaronte: Mit.latina. Río de los infiernos. nadie podía atravesarlo dos veces.

Minos: mit.latina: Rey de Creta, hijo de Europa y Zeus, juez de los infiernos junto a Eaco y Radamante.

pez:(la): Substancia pegajosa que se extrae de pinos y abetos.

endriago: Monstruo fabuloso.

EL MESÓN

-Esto no es cuento, es la cuenta,

repitió el mozo, muy serio,

disipando así el misterio

sobre alguna broma cruenta;

lo cierto es que una tormenta

a la hora de pagar

se estaba por desatar,

apenas el impecune

dejara de ser impune,

aunque se hincara a rezar.

*

-Represento al santo emblema,

esgrimía con soltura

en defensa, el fresco cura;

-Aunque envíe una anatema,

aquí, pagar es un lema,

decía más ofuscado

el propietario engañado.

Lo cierto es que en el mesón

no hubo más que confusión

y un ambiente acalorado.

*

Horas después quedó claro,

que en el bar de “don Soler”,

aunque Dios venga a comer

no goza de algún amparo;

con firmeza y sin reparo

todos pagan sin reserva,

y si a alguno lo exacerba,

pues que coma en otra fonda

y bien callado lo esconda

si la sopa sabe acerba.

Mario Valdez

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