Un verdadero ícono de la literatura portuguesa
LA HORA DEL DIABLO
Salieron de la estación, y, cuando llegaron a la calle, ella se asombró al ver que estaba en la misma calle en la que vivía, a pocos pasos de casa. Se detuvo. Luego se volvió hacia atrás, para expresar ese asombro a su compañero; pero detrás no había nadie. La calle presentaba un aspecto lunar y desierto, y no había un edificio que pudiera ser o parecer una estación terminal de trenes.
Aturdida, somnolienta, pero interiormente despierta y alarmada, fue hasta su casa. Entró, subió; en el piso de arriba encontró a su marido, que aún estaba despierto. Estaba leyendo en su despacho, y, cuando ella entró, dejó el libro a un lado.
Ella le dijo:
—Todo ha ido muy bien. El baile ha sido muy interesante.
Y añadió, antes de que él preguntara:
—Unos conocidos que había en el baile me han traído en automóvil hasta el principio de la calle. No he querido que me acercaran hasta la puerta. Me he bajado allí mismo; he insistido. Ay, ¡qué cansada estoy!
Hizo un gesto de gran cansancio y fue a acostarse, olvidándose de dar un beso.
Su hijo, cuando nació, nació con un aspecto normal, y no tardó en revelar que era un hombre con talento. Sus poemas tienen una apariencia extraña y lunar. Se cierne sobre ellos un deseo de grandes cosas, como si fuera alguien que un día se hubiera cernido sobre todas las ciudades de la tierra.
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